viernes, 7 de mayo de 2010

LA GUERRA INMINENTE

La preparación de la guerra

Si en 1920 provoca una gran impresión la aparición del libro de John Maynard Keynes, The Economic Consequences of the Peace, en 1925, la firma de los acuerdos de Locarno parecía abrir el camino a una revisión ordenada y pacífica de las fronteras de Alemania. En este sentido, el apaciguamiento de los años treinta podía interpretarse como la continuación de la política de Locarno, esta vez aplicada a las fronteras del este. En Locarno, los protagonistas -Francia, Alemania, Bélgica, Gran Bretaña e Italia- habían sido los lógicos si se quería alcanzar un acuerdo consistente en el oeste. Pero en Munich hay dos ausencias muy significativas: la de Checoslovaquia, el país al que se le plantea el problema de los Sudetes, y la Unión Soviética, el Estado garante, con Francia, de la independencia checoslovaca.
El antagonismo entre las potencias partidarias y adversarias del statu quo, que se ha puesto de manifiesto a lo largo de las crisis que se suceden entre el otoño de 1935 y el otoño de 1938, tendrá importantes consecuencias en la política de armamentos y en la asunción de compromisos diplomáticos.
Alemania: su régimen político tiene, como uno de sus objetivos esenciales, preparar los elementos que permitan una política de fuerza. Hitler impone al rearme alemán un ritmo que sorprende hasta a sus generales. Según el plan de 1935, el Ejército alemán debía contar con 36 divisiones, pero en 1938 tiene 42; los efectivos en tiempo de paz alcanzan 1.500.000 hombres, sin contar las fuerzas paramilitares, calculadas en 405.000 hombres. Estas cifras aumentan después de las anexiones de 1938, al sumar el Reich diez millones de nuevos habitantes. Este ejército dispone de un conjunto de doctrinas militares que rebasan ampliamente las enseñanzas de la Primera Guerra Mundial, al dar particular importancia al papel de la aviación y al empleo masivo de los carros de combate; además, se apoya en una plataforma económica que orienta la producción hacia la preparación de la guerra, en la educación militar de la juventud, y en unos servicios de información y de propaganda encargados de eliminar cualquier disidencia interna. Teniendo en cuenta el proceso de rearme de sus enemigos, Hitler prepara la guerra para los años 1939-1943.
Italia: Tras la victoria obtenida en Abisinia, el régimen fascista se consolida y la autoridad del Duce queda firmemente asegurada. Gracias a su política demográfica, Italia cuenta con 43.500.000 habitantes y, a finales de 1938, su ejército dispone de 50 divisiones de línea y de 14 divisiones especiales (montaña, motorizadas y acorazadas); su flota de guerra tiene 12 grandes unidades (ocho acorazados y cuatro cruceros), y su aviación, cerca de 2.000 aparatos. En el terreno de la renovación de las doctrinas tácticas y estratégicas, los italianos han ido por delante de los alemanes; escuchando a Mussolini, no parece haber duda de que esa fuerza será utilizada: "Sólo la guerra eleva al máximo de tensión todas las energías humanas e imprime un sello de nobleza a los pueblos que tienen el valor de afrontarla".
Francia: hasta 1935, la crisis económica frena los proyectos de rearme. En octubre de 1936 se decide ejecutar un plan de cuatro años, pero su realización tropieza con la falta de recuperación del país. Pese a las grandes dificultades económicas, hay que buscar la causa del comportamiento exterior de Francia en el estado de ánimo de la nación. La burguesía se siente mucho más preocupada por el peligro bolchevique que por las amenazas de alemanes e italianos y todas las instituciones del Estado parecen paralizadas. Las insuficiencias generales se acentúan con las convicciones estratégicas del Estado Mayor, que, aferrado a los recuerdos de la Primera Guerra Mundial, parece confiar únicamente en la eficacia de las fortificaciones, con lo que Francia no disponía del ejército adecuado para cumplir las líneas generales de su política exterior y proporcionar a sus aliados del este de Europa la ayuda prometida.
Gran Bretaña: aunque a lo largo de los años treinta disfruta de una gran estabilidad política, los conservadores no aprovechan su gran libertad de acción para realizar una política exterior activa. Hasta 1936, el Gobierno no reconoce el deplorable estado de sus fuerzas terrestres y aéreas y la necesidad de rearme. El plan, presentado en febrero de 1937, se demorará por dificultades financieras.
Unión Soviética: a partir de 1938, un gran esfuerzo de industrialización transforma el potencial de guerra de este país. Pero el régimen soviético se ha enfrentado en 1936 y 1937 a una importante crisis interior. Los grandes procesos se suceden.. En junio de 1937, el mariscal Tukhachevski, comandante de la circunscripción militar del Volga, es acusado de alta traición. A continuación, los oficiales superiores del Ejército Rojo son revocados a centenares y sustituidos por hombres de confianza que desconocen las nuevas doctrinas militares. Los observadores occidentales no creen que las fuerzas soviéticas, en esas condiciones, puedan ser empleadas eficazmente; si unimos a esto las reservas político-ideológicas, entenderemos las dificultades para que los occidentales se decidan a buscar seriamente la alianza de la Unión Soviética.
Sin duda, el hecho más importante de la nueva situación diplomática es la formación del Eje Berlín-Roma, acuerdo establecido entre Alemania e Italia que se prolonga hacia Japón y Yugoslavia. Si resulta clara la necesidad de Hitler de contar con el punto de apoyo que Italia le podía proporcionar, es más problemático el beneficio que Mussolini obtenía con un acercamiento a Alemania que le obligaba a renunciar a sus anteriores planes para la Europa danubiana. La aproximación italo-alemana se produce en los últimos meses del año 1936: el 23 de septiembre, el Gobierno alemán expresa a Italia su deseo de colaboración; durante los días 21-24 de octubre, el nuevo ministro de Asuntos Exteriores italiano, el Conde Ciano, decidido partidario de la alianza alemana, viaja a Berlín y Berchtesgaden, donde declara, junto con su colega alemán, la intención italo-germana de actuar en común en favor de la paz y en contra del peligro comunista; finalmente, el 1 de noviembre, Mussolini pronuncia en la plaza del Duomo, de Milán, su famoso discurso en el que se refiere a la "entente" que une al Eje Berlín-Roma. Durante el año 1937, el Eje se prolonga: el 25 de marzo, el Gobierno yugoslavo, que se había ido acercando a Alemania en el terreno económico, liquida sus diferencias con Italia y se compromete a concertarse con ella en el caso de que se produzcan complicaciones exteriores; el 6 de noviembre, el Gobierno japonés, que un año antes, el 25 de noviembre de 1936, había firmado con Alemania un pacto anti-soviético -el Pacto Anti-Komintern-, se acerca también a Italia sin definir la naturaleza de las obligaciones que mutuamente aceptaban.
De hecho, tanto el Pacto Anti-Komintern como el Eje Berlín-Roma se nos presentan como ejemplos de un nuevo estilo diplomático que, para entendernos, podemos llamar vitalista; no estamos ante acuerdos jurídicos que definen con precisión las obligaciones de cada parte; estamos ante algo vital: un acuerdo entre jefes de distintas comunidades nacionales, algo que casa bien con la ideología irracionalista en la que se apoyan, mostrando en su terminología cierta alergia a lo jurídico.Frente a las intenciones de la solidaridad internacional agrupada alrededor del Eje, la protección del statu quo que proporcionaba el principio de la seguridad colectiva está, a la altura de 1938, en crisis, tanto por la debilidad de los Gobiernos que debían sostenerlo, como por la indiferencia de la opinión pública. Así, el fracaso de la utopía ginebrina lleva al retorno de los métodos tradicionales, es decir, a los acuerdos directos entre Estados con objetivos compatibles.
En el campo de las potencias satisfechas con el statu quo, el hecho diplomático más importante es la afirmación pública de la solidaridad franco-británica. Esta solidaridad, que por parte británica significa ayuda sólo para el caso de que las tropas alemanas entren en territorio francés, es compatible con la decisión de Chamberlain de llegar a un modus vivendi con Alemania, concediéndose satisfacciones parciales en cuestiones económicas y coloniales a cambio de la renuncia a la expansión por la fuerza. La solidaridad franco-británica cuente con un apoyo exterior muy limitado. En efecto, Checoslovaquia, después de la pérdida de la región de los Sudetes, ha quedado en situación precaria; Bélgica, después de constatar la paralización francesa ante la remilitarización de Renania, busca su seguridad en la renuncia a toda clase de alianzas y, el 3 de octubre de 1937, firma un acuerdo con Alemania comprometiéndose a oponerse al paso de tropas por su territorio a cambio de la promesa hitleriana de respetar su inviolabilidad y su integridad.
Finalmente, la Unión Soviética, que en 1934 se había inclinado por la política de seguridad colectiva, se muestra dispuesta a mantener el sistema si las potencias occidentales se prestan a ello con sinceridad. Sin embargo, la experiencia de su aislamiento en Munich y las noticias que le llegan de las especulaciones de Londres y París acerca de la independencia de Ucrania no favorecen la solidez de su posición internacional al temer que Daladier y Chamberlain estén incitando a Hitler a orientar hacia el este sus ambiciones
Quien quería la guerra?
Al alborear el 1 de septiembre de 1939, las tropas alemanas atacaron Polonia y ante los atónitos ojos del mundo entero lograron su capitulación en menos de un mes. Francia y Gran Bretaña, ligadas a Polonia por acuerdos que les implicaban en su defensa, declararon la guerra a Berlín pero; tal como Hitler había previsto no dispararon un tiro en el frente occidental de Alemania. Von Vormann, representante del ejército en el cuartel general de Hitler durante la campaña de Polonia, anota en su diario: "En el Oeste, la guerra en broma continúa. Hasta el momento no se ha disparado un solo tiro en el frente occidental. Los dos contendientes han instalado grandes altavoces y cada parte intenta convencer a gritos a la otra de que su comportamiento es absurdo y de que sus gobernantes son imbéciles... Extremando la prudencia para evitar incidentes fortuitos, el ejército francés ordena a sus centinelas que hagan las guardias con los fusiles cargados con cartuchos de fogueo..."
Hitler está exultante en esos días. El general Rommel, comandante del cuartel general de Hitler en Polonia, escribe: "El Führer está de excelente humor... dice que en cuestión de siete u ocho días todo habrá terminado en el este y que, entonces, nuestra Wehrmacht, en su totalidad y ya fogueada, se trasladará al oeste. Pero a mi juicio, los franceses han renunciado a luchar. Sus soldados se bañan en el Rin sin que nosotros les molestemos".
Evidentemente, Rommel se equivocaba mientras que Hitler mostraba una gran visión del panorama militar y político. Polonia, efectivamente, estaba a punto de capitular y Alemania debería trasladar todas sus fuerzas al oeste, para afrontar la guerra que su política había provocado.
Todo estaba previsto antes de que Hitler alcanzase el poder. En el ideario nazi estaba claramente formulada la teoría del Lebensraum, del espacio vital. Tal espacio vital se lograría a expensas de sus vecinos del Este. Tan obsesiva fue esta idea en la mente de Hitler que incluso el último día de su vida, el 30 de abril de 1945, la repetía a uno de los correos que salió de las ruinas de Berlín con su testamento para entregarlo al almirante Doenitz.
Y esta expansión debería hacerse a costa del este por varias causas: era la salida geográficamente lógica; racialmente, Hitler les consideraba inferiores; eran zonas con importantes núcleos de población judía, otra de las manías persecutorias de Hitler; constituían una amenaza para los planes expansivos del nazismo; ideológicamente -en el caso de la URSS- era uno de los demonios particulares del líder nazi; había núcleos de población de origen alemán, cuya incorporación a la Gran Alemania era una de las metas del III Reich. Aún se pueden hallar más motivos para el ataque a Polonia, pero uno no debe ser olvidado: revanchismo y ansias de recuperar los territorios que los arreglos de la Primera Guerra Mundial entregaron a Polonia.
Lloyd George profetizaba que "el corredor polaco", el tema de Danzig, conduciría a una guerra en el este de Europa de forma inevitable. Veinte años más tarde, el 24 de octubre de 1938, Berlín solicitaba a Varsovia la devolución de Danzig y el permiso para tender una línea férrea a través del corredor polaco.
Varsovia rechazó tales demandas y, sintiéndose amenazada, recurrió a Gran Bretaña en busca de ayuda para el caso de una posible agresión. Sea cual fuere la forma que ésta revistiera... el tema checo estaba bien reciente.
Chamberlain propuso a Varsovia la acción conjunta de Francia, Gran Bretaña y la Unión Soviética en apoyo de Polonia "si las agresivas ambiciones alemanas dieran señal de renovarse". Aún no se ha explicado por qué Varsovia rechazó la propuesta británica, mientras su ministro de Asuntos Exteriores, Josef Beck, contraproponía un tratado anglo-polaco de ayuda mutua.
¿Por qué se produjo la decisión polaca que dejó a Hitler la posibilidad de negociar con la URSS? Una de las hipótesis más sugestivas que se han manejado es la de que a esas alturas Washington había concluido que la única forma de eliminar el nazismo, repudiado ideológicamente y temido económicamente, era la guerra. Washington, apoyándose en Londres, habría decidido ir a la guerra que Hitler se ocuparía de iniciar con su ataque a Polonia.
El 12 de enero de 1939, el embajador polaco en la capital de los Estados Unidos, conde Jerzy Potocki, escribe una larga carta a su Ministerio en la que constata la campaña antinazi desatada en los Estados Unidos, movida por la prensa que controlan mayoritariamente los judíos. Sin embargo, se contempla amistosamente el totalitarismo soviético y se apoya la causa de la República española... Simultáneamente, los periódicos aseguran que en la guerra que está a punto de estallar inevitablemente y los Estados Unidos deberán luchar activamente por la libertad y la democracia. El presidente Roosevelt ataca al fascismo, alejando a los norteamericanos de sus preocupaciones domésticas y justificando un, textualmente, monstruoso programa armamentístico.
El embajador polaco sigue contando cómo los prohombres del poderoso clan judío que rodea al presidente -Baruch y Morgenthau, entre ellos- incitan al presidente a convertirse en campeón de la democracia y le convencen de que la guerra es inevitable. El texto del embajador polaco es un poco fuerte, probablemente cargado de prejuicios antisemitas. Sin embargo, disponía de un excelente observatorio para saber de qué hablaba y varios datos avalan sus notas.
Uno de los personajes mencionados es Baruch, del trust de cerebros del presidente Roosevelt, quien en fecha tan temprana como 1937, sometía al Senado un proyecto para la eventual movilización industrial en caso de guerra. Ese mismo año, en conversación con el general Marshall, le decía: "Es preciso librarse de Hitler. No le dejaremos salirse con la suya, ¿verdad?"
Bien podría pensarse que Baruch, de origen judío, trataba de vengarse de la política antisemita de Hitler y quizás era así, pero había algo que también preocupaba a Baruch, prestigioso financiero: la política de intercambios directos de Hitler, que estaban haciendo daño en la economía norteamericana...
La fecha de 1937 no es casualidad. Recuérdese que en otoño de este año, los Estados Unidos padecieron una de las oleadas depresivas más importante de la década, llegando a once millones el número de parados y a cinco el de los empleados sólo a tiempo parcial.
Prueba de que la preocupación económica relacionada con Alemania era lo que primaba en Baruch es esta frase suya de 1939: "Si rebajamos nuestros precios, no existe razón para que no consigamos atraernos a los clientes de las naciones beligerantes perdidos a causa de la guerra. En tal caso, el sistema alemán de intercambio directo quedará destruido".
Otro personaje es Morgenthau, el hombre que trazó el plan de 1945 destinado a arrasar Alemania hasta sus raíces.
Otro, en fin, es el propio presidente Roosevelt, cuyos preparativos bélicos en el orden presupuestario, industrial y diplomático son evidentes.
En ese mismo mes de enero de 1939, cuando las cancillerías de toda Europa buscan alianzas, mediaciones, acuerdos o garantías, el embajador de Washington en París, William C. Bullitt, alentaba a su colega polaco garantizándole el apoyo de Washington junto al de París y Londres en caso de un conflicto germano-polaco.
Más claro aún, este mismo diplomático estadounidense aseguraba el 25 de abril de 1939 al decano de la prensa norteamericana en Europa, Karl Wigand: "La guerra en Europa está ya decidida. Polonia tiene el apoyo asegurado de Inglaterra y Francia y no cederá ante ninguna demanda alemana. América entrará en guerra después de que lo hagan Inglaterra y Francia".
La rotundidad del embajador resulta bastante curiosa. Por un lado, Londres no firmará su acuerdo con Polonia hasta el 25 de agosto y, por otro, el pacto germano-soviético ni siquiera ha sido planteado. De esta sucinta relación cabe concluir que:
- Hitler estaba decidido a invadir Polonia y la amenaza de las potencias de su flanco oeste no le preocuparon excesivamente, convencido de que no intervendrían a tiempo para complicarle la campaña con dos frentes.
- La posición beligerante de Hitler aún mejoró cuando consiguió un acuerdo de no agresión con la URSS y un sabroso anexo que repartía Polonia y otros territorios del este entre ambos países.
- Las potencias occidentales sabían que la guerra era inminente y más aún, no hicieron nada por pararla. Era la guerra que estimaban necesaria para aplastar el poder amenazador del nazismo.
La postura de Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos se confirmará en los largos meses de la llamada "guerra en broma", que desde septiembre de 1939 a mayo de 1940, apenas producirá choques militares: el hundimiento de un portaaviones y de un acorazado británicos y un combate naval en el Atlántico Sur, que se saldó con la voladura del acorazado alemán de bolsillo Graf Spee ante Montevideo. Únicamente tiene importancia la campaña de Noruega, por el importante valor estratégico del país que Alemania sostendría hasta el final de la guerra, que no por la dureza de la campaña, ni por los medios empleados.
En esos ocho meses se produjeron docenas de intentos mediadores, pero estaba claro que nadie negociaba honestamente. Francia y Gran Bretaña suponían con fundamento que Hitler trataba, una vez más, de confiarles, de alcanzar una atmósfera de paz para seguir rapiñando territorios, como ocurriera en el caso checoslovaco. En esa tesitura, todos sus intentos negociadores y las mediaciones de terceros países se quebraron por falta de confianza. Los intentos alemanes, por otro lado, tampoco iban muy lejos. En numerosas ocasiones Hitler prometió retrocesos tan amplios que resultaron inverosímiles; o exigencias tan violentas que resultaban inaceptables.
La negociación que puede estimarse más interesante por la categoría del mediador fue la que a comienzos de octubre de 1939 emprendió el magnate del petróleo William Rhodes Davis, interesado en que no se produjera interrupción alguna de sus suministros de petróleo a Alemania. Este hombre de negocios norteamericano, apoyado por el dirigente de la Federación de Trabajadores de los Estados Unidos (CIO), John L. Lewis, que contaba con 14 millones de votantes, convenció al presidente Roosevelt de la conveniencia de una mediación.
Davis se entrevistó con Göring, al que entre otras cosas le asegura que Roosevelt está contrariado por la declaración británica de guerra contra Alemania, para la que Londres no le había consultado. Roosevelt pedía a Berlín que abandonara las zonas checoslovacas no alemanas y que propiciara la creación de un gobierno checo independiente. Respecto a Polonia, que crease un gobierno autónomo, reteniendo dentro de Alemania solamente las zonas que le fueron arrebatadas por los acuerdos posteriores a la Primera Guerra Mundial. EEUU propiciaría que Alemania, en compensación recibiera las colonias perdidas tras la I Guerra Mundial.
Göring y Hitler prometieron el inmediato cumplimiento de esos compromisos si Washington asumía esa mediación. Davis regresó a los EEUU rápidamente, acompañado por un embajador especial alemán que pudiera extenderse en detalladas explicaciones si fueran necesarias. Teóricamente deberían haber sabido algo el 5 de octubre, pero Roosevelt nunca recibió a Davis,
No se conoce explicación alguna a esta curiosa y estéril misión. Sin embargo, hay sobrados documentos diplomáticos contemporáneos que muestran al ejecutivo norteamericano plenamente dispuesto a ayudar a Londres y París en su guerra con Alemania, suministrando armas, piezas y repuestos, y otorgando un indiscutible apoyo político a las democracias europeas.
¿Se trataba de una mera maniobra de distracción interior, para contentar a los sindicatos, por ejemplo, o de una forma de ganar tiempo?... A este respecto debe recordarse que Hitler inicialmente había anunciado su ataque contra Francia para el 12 de noviembre.
Y también que, aunque el ejército de Hitler no había conseguido ni su óptima preparación ni el mejor armamento previsto, pues los planes del canciller alemán fijados hablaban de la posibilidad de guerra en 1944, estaba en inmejorables condiciones para aplastar a sus contrarios.
Estos eran inferiores en medios acorazados y aéreos y, sobre todo, carecían de una doctrina de guerra y un adiestramiento adecuado para la cooperación de aviones y carros y para las grandes operaciones blindadas. Francia se quemaba las cejas proyectando un avión de caza capaz de competir con los alemanes y, aunque al final lo lograron, apenas si contaban con unidades operativas cuando comenzaron las hostilidades. Londres estaba poco mejor. En 1938, cuando Chamberlain cedía en Munich, Gran Bretaña no contaba con ningún caza moderno. Su Hurricane estaba a nivel de prototipo y los Spitfire a la altura de proyecto. Según algunas fuentes, Londres disponía de cinco cañones antiaéreos modernos para su defensa.
En 1939 ocurre algo similar con los carros Francia, Gran Bretaña y Alemania refuerzan con la máxima presteza sus arsenales blindados. Francia no lo logró, Gran Bretaña sí consiguió poner en marcha un carro competitiva con los alemanes.
Aún hoy existe división entre los especialistas al juzgar si la ventaja cualitativa y cuantitativa militarmente hablando era mayor en noviembre de 1939 o en mayo de 1940. Según unos, la superioridad alemana era mayor en el otoño del 39, según otros era superior en 1940. Sea como fuere, lo cierto es que los futuros contendientes no podían saber eso y como es lógico, trataban de ganar tiempo esperando mejorar su situación. Quien de verdad, sin embargo, ganó el tiempo que precisaba para poner en marcha la mayor industria militar que hubiera podido soñarse en la época fueron los Estados Unidos, que, como datos apabullantes, podían ofrecer en 1942, su primer año de guerra, una producción de blindados superior en 20.000 unidades a la que tenía Alemania y unas cifras de fabricación de aviones superiores a las alemanas en 40.000 aparatos.
Tras estas consideraciones cabe concluir que Hitler, aunque en pocas cosas se pueda estar de acuerdo con él, tenía una visión política muy clara cuando pronosticaba que Inglaterra, ganase o perdiese la guerra contra Alemania, labraría la ruina de su poder mundial, dejando sitio a un vencedor en todos los terrenos, los Estados Unidos.
Pero antes de que todo esto ocurriera, más de medio mundo se vio envuelto en el más espantoso conflicto de la Historia. Más de cincuenta millones de seres perdieron la vida. Más de cien millones fueron heridos, perseguidos, despojados de cuanto tenían, incluso de su patria. En menos de seis años, el mundo cambió de aspecto, de fronteras, de organismos, de sistemas de producción, de tecnología... Todo se puso en marcha el primero de septiembre de 1939, cuando Hitler atacó a Polonia.

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