jueves, 11 de marzo de 2010

LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

Primera Guerra Mundial: El equilibrio de fuerzas
El 2 de agosto de 1914, Alemania puso en marcha el "Plan Schlieffen modificado". Ese día, sus tropas invadieron Luxemburgo, y el día 4, Bélgica, como parte de una formidable operación -7 ejércitos, 1.500.000 hombres, bajo el mando de prestigiosos generales como Von Kluck, Von Bülow y otros- cuyo objetivo era converger sobre París desde el nordeste. Francia puso de inmediato en funcionamiento su plan de campaña elaborado por el general Joffre en 1913: una ofensiva de cinco de sus ejércitos por Alsacia-Lorena para avanzar hacia Metz y penetrar en territorio alemán. El día 6, los ingleses desembarcaron una Fuerza Expedicionaria de unos 150.000 soldados, mandados por el mariscal sir John French, que se posicionó a la izquierda de las tropas francesas, a lo largo de la frontera belga, entre la costa y Mons.
En el frente oriental, el Ejército ruso -que en total sumaba 30 cuerpos y 2.700.000 hombres- tomó la iniciativa: el 12 de agosto, dos ejércitos, mandados por los generales Rennenkampf y Samsonov, invadieron Prusia oriental (por el este y el sudeste, en una operación de tenaza) para atacar al VIII Ejército alemán -200.000 hombres- colocado en misión de contención entre Koenisberg y el Vístula. Mucho más al Sur, tropas austríacas, mandadas por Conrad von Hotzendorf, avanzaron (10 de agosto) desde Galitzia hacia el Norte, penetrando en territorio ruso. Al tiempo, un tercer ejército ruso, mandado por el general Ivanov, trataba de salirles al encuentro cerca de Lwow (Lemberg). Finalmente, otro ejército austríaco -450.000 hombres- invadió Serbia, el 12 de agosto.
A pesar de que encontraron fuerte resistencia en Bélgica -no tomaron Bruselas hasta el 20 de agosto-, los alemanes estaban antes de un mes a las puertas de París. La contraofensiva francesa por Lorena fue contenida en lo que se llamó "la batalla de las fronteras" (14-25 de agosto), y las tropas francesas, que sufrieron enormes pérdidas, se vieron forzadas a replegarse. La Fuerza Expedicionaria Británica hubo también de retirarse -aunque tras contener y causar graves bajas a sus enemigos- tras entrar en combate con los alemanes en Mons (23 de agosto). El Estado Mayor alemán (Moltke) llegó a pensar que sus tropas habían logrado ya la ventaja decisiva: incluso decidió sacar de allí algunos cuerpos de ejército y enviarlos al frente oriental (lo que resultó un grave error) donde, en principio, los rusos habían arrollado al VIII Ejército alemán.
La ofensiva alemana sobre París, sin embargo, fue contenida. El ejército francés replegado sobre el río Marne (a unos 20 km.s. de la capital francesa) decidió lanzar un contraataque desesperado a partir del 5 de septiembre tras percibir ciertas debilidades posicionales del flanco derecho alemán, formado por los I y II ejércitos de Kluck y Bülow. El contraataque -diseñado por los generales Joffre, Gallieni, Foch y Sarrail- fue un éxito. Las tropas francesas, con el apoyo de la Fuerza Británica, lograron abrir una importante brecha en las filas enemigas. El día 9, los alemanes iniciaron la retirada replegándose (13 de septiembre) al norte del río Aisne, donde, mediante un sistema intrincado y casi inexpugnable de trincheras, alambradas, artillería y ametralladoras, afianzaron la línea. La "batalla del Marne", primera gran operación de la contienda -57 divisiones aliadas contra 53 alemanas- había salvado a Francia y para muchos fue el hecho decisivo de toda la guerra.
A lo largo de septiembre y primeros días de octubre, los aliados intentaron, sin éxito, desalojar a los alemanes de sus nuevas posiciones (mientras éstos completaban la ocupación de Bélgica -donde Amberes había resistido desde el principio- y contraatacaban, también sin éxito, sobre Verdún, en Lorena). A partir del 10 de octubre, comenzó la carrera hacia el mar de los dos ejércitos, un intento por ocupar los principales puertos de la costa franco-belga. Los alemanes ocuparon Ostende pero no pudieron avanzar hacia Calais y Dunquerque porque volvieron a encontrar la tenaz resistencia del pequeño ejército belga, que se hizo fuerte en el río Yser (y que, desbordado, anegó la región abriendo las compuertas de Nieuwport). Los alemanes, entonces, desencadenaron un violentísimo ataque contra la línea aliada por la zona de Ypres (18 de octubre-22 de noviembre) defendida por los británicos que, pese a la intensidad de la ofensiva, mantuvieron la posición (habría, como se irá viendo, hasta cuatro batallas de Ypres, la última en marzo-abril de 1918).
A finales de diciembre (17 al 29), los franceses intentaron a su vez romper la línea alemana, atacando por la comarca de Artois (Arras-Aubers-Neuve Chapelle) pero fracasaron. El frente occidental quedó desde ese momento, últimos días de 1914, estabilizado en una larga y sinuosa línea de unos 700 kms. que iba desde Ostende y Calais hasta Suiza, por el Artois (con el Somme), Picardía, Champaña (con Reims, entre los ríos Marne y Aisne), Lorena (con Verdún) y Alsacia. Y así permaneció, con los dos ejércitos apostados a lo largo de ella en trincheras fortificadas, separados a veces por distancias inferiores a 1 km., hasta la primavera de 1918, pese a las numerosas ofensivas y contraofensivas lanzadas por ambos bandos.
Las expectativas alemanas de una guerra rápida y móvil se desvanecieron. La guerra en el frente occidental fue desde entonces una guerra de posiciones, con los ejércitos prácticamente inmóviles, y los soldados sometidos a la vida tediosa y miserable de trincheras (barro, frío, suciedad) que recogería toda la literatura de la guerra. La caballería perdió toda su efectividad. Los tanques, invención del teniente coronel británico Ernest Swinton, sólo empezaron a ser efectivos a finales de 1917 en la batalla de Cambrai (20 de noviembre). La aviación, no obstante el formidable desarrollo que experimentó, siguió teniendo un papel secundario y, a pesar de que los alemanes usaran dirigibles Zeppelin para bombardear ciudades, su potencia y capacidad como arma de combate eran, todavía en 1918, muy escasas, lo que no impidió que el código caballeresco que imperaba en los enfrentamientos aéreos hiciese de los primeros "ases de la aviación" héroes populares (como el alemán Manfred von Richthofen). La infantería, el número de hombres, fue el elemento decisivo: el número total de movilizados a lo largo de la guerra ascendió a 60 millones. Los bombardeos de la artillería contra las líneas de trincheras y el fuego de las ametralladoras contra los movimientos de la infantería fueron, así, las armas principales.
La guerra en el frente oriental fue muy distinta. La sorpresa inicial rusa -victoria en Gumbinnen, el 20 de agosto de 1914, sobre el VIII Ejército alemán- fue una ilusión. Reforzados por los cuerpos de ejército y divisiones sacadas por Moltke del frente occidental y bajo nuevos mandos -el mariscal Hindenburg y el teniente general Ludendorff-, los alemanes reaccionaron de inmediato y primero destrozaron literalmente al ejército de Samsonov ("batalla de Tannenberg", 26-29 agosto) y luego forzaron la retirada desordenada de Rennenkampf ("batalla de los Lagos Masurianos", 9-14 de septiembre). Los rusos habían perdido unos 250.000 hombres; Prusia había quedado liberada. Al sur, en Galitzia, el ejército ruso rompió las líneas austro-húngaras (que perdieron unos 300.000 hombres), tomó Lemberg y penetró en profundidad por Silesia. En Serbia, los serbios rechazaron por completo (25 de agosto) la invasión austro-húngara.
Pero de nuevo los poderes centrales reinvirtieron la situación. Hindenburg salvó a los austríacos -en cuyas filas, por cierto, formaban soldados de todas las nacionalidades del Imperio- avanzando hacia Varsovia (12 de octubre) y obligando a los rusos a concentrar tropas, trayéndolas incluso de Siberia, para salvar la ciudad, que fue en efecto defendida tras enfrentamientos de particular violencia e intensidad. Los rusos incluso pasaron a la ofensiva y a mediados de octubre, volvieron a invadir Silesia. Pero un nuevo contraataque alemán por la región de Lodz-Varsovia (11-25 de noviembre), perfectamente diseñado por Ludendorff para explotar los numerosos errores de posición y coordinación de los generales rusos (y en especial de Rennenkampf) provocó -de nuevo tras violentísimos combates con continuos ataques y contraataques por ambos bandos- la retirada de los rusos hacia la línea de los ríos Bzura y Rawka.
La situación entre austro-húngaros y rusos en Galitzia (con fuertes combates en el sector Cracovia-Limanowa en noviembre-diciembre) quedó sin decidir. En los Balcanes, los serbios consiguieron repeler (15 de diciembre) nuevas ofensivas del Ejército austríaco a pesar de que éste había conseguido en un momento (2 de diciembre) tomar Belgrado: les infligieron, además, unas 100.000 bajas.
La guerra en el frente oriental era, pues, una guerra de movimiento y brutal, en la que la superioridad en hombres de los rusos fracasó, con un coste de centenares de miles de bajas, ante la eficacia de la artillería, la superioridad táctica y la mejor dotación en munición y alimentos de los alemanes.
Para finales de 1914, la guerra se había extendido a otros escenarios. Desde el comienzo, la marina británica había iniciado el patrullaje de los mares para cortar las líneas alemanas de suministro. A finales de agosto, atacó la base naval alemana de Heligoland causando 1.200 bajas a la marina alemana. Los alemanes, por su parte, minaron el mar del Norte y el 22 de septiembre, un submarino hundió tres cruceros británicos en esa misma zona. La guerra naval, aunque todavía reducida a escaramuzas aisladas, iba escalando. En el mayor encuentro inicial, los barcos ingleses hundieron en las islas Malvinas -8 de diciembre de 1914- la flota alemana de Asia oriental, mandada por el almirante Von Spee, que regresaba hacia mares europeos. Poco después, la marina alemana bombardeó Scarborough y Hartlepool, en la costa noreste de Inglaterra.
Antes, en agosto, dos cruceros alemanes, el "Goeben" y el "Breslau", habían logrado refugiarse en Constantinopla tras eludir una implacable persecución por el Mediterráneo de un escuadrón de la marina británica. Los barcos fueron adquiridos por Turquía, un hecho premonitorio: el 29 de octubre, barcos turcos, incluidos los dos mencionados, bombardearon puertos rusos en el Mar Negro. De inmediato, Rusia, Gran Bretaña y Francia declararon la guerra a Turquía. La entrada de ésta en el conflicto -gran éxito de la diplomacia alemana- tuvo gran trascendencia estratégica: amenazó las principales posiciones imperiales británicas (Egipto, la India), creó problemas gravísimos a Bulgaria, Rumanía y Grecia -que se mantenían neutrales desde el comienzo de las hostilidades- y abrió un nuevo flanco de guerra al sur de Rusia. Los turcos iniciaron en diciembre de 1914 una ofensiva por el Cáucaso hacia la Armenia rusa y Georgia. Gran Bretaña declaró de inmediato el protectorado sobre Egipto y sus estrategas, y en especial Kitchener (ministro de la Guerra desde el 5 de agosto de 1914) y Churchill (ministro de Marina), empezarían ya a perfilar una campaña contra Turquía sobre la base de tres supuestos: una operación anfibia en los Dardanelos, un ataque por Mesopotamia con las tropas estacionadas en la India y una revuelta de las tribus árabes en Oriente Medio.
En 1915, por tanto, la guerra sería ya una verdadera guerra mundial. Los "aliados" tomaron la iniciativa en el frente occidental. A lo largo de ese año, franceses y británicos atacaron por dos veces por la Champaña (16 de febrero a 30 de marzo, y 22 de septiembre a 6 de noviembre) y otras dos por el Artois (9 de mayo a 18 de junio, 25 de septiembre a 15 de octubre), mientras que los alemanes contraatacaron en Ypres (22 de abril-25 de mayo), usando por primera vez "gas mostaza" (fue por eso que Sargent pintó su famoso cuadro Gaseados). Fueron batallas de excepcional dureza que siguieron el modelo ya habitual en aquel frente: terribles bombardeos durante horas y a veces días de la artillería sobre las líneas enemigas y ataques frontales de la infantería, verdaderas avalanchas de hombres, después. A pesar de que en algún punto unos u otros conseguirían abrir brecha, los resultados fueron siempre insuficientes (ganancia, cuando la hubo, de algunos pocos metros) y las bajas abrumadoras: los franceses perdieron en las ofensivas de primavera unos 230.000 hombres, y otros 190.000 en las de otoño (en las que las bajas inglesas se elevaron a 50.000 hombres y las alemanas a 140.000).
En el mar, los alemanes iniciaron el 18 de febrero el "bloqueo submarino" de Gran Bretaña. Los ingleses respondieron decretando a su vez el "bloqueo general" de Alemania, encomendando a su flota el registro de todos los barcos que se pensara pudieran dirigirse hacia puertos alemanes y el secuestro de sus productos. El 28 de marzo, un submarino alemán hundió un barco de pasajeros. El caso se repitió. El 7 de mayo, el U-20 hundió en aguas irlandesas el "Lusitania", que de Nueva York se dirigía a Liverpool, muriendo 1.198 personas, de ellas 139 norteamericanos. El 19 de agosto, otro submarino alemán, el U-24, hundió el "Arabic", donde también murieron pasajeros estadounidenses. Los casos horrorizaron a la opinión pública de los países neutrales y en especial, a la opinión norteamericana. El presidente Woodrow Wilson advirtió a Alemania que consideraría otro incidente de ese tipo como un acto deliberadamente inamistoso y, ante la posibilidad de que Estados Unidos entrase en la guerra, Alemania suspendió la actividad submarina por dos años.
El alto mando alemán -a cuyo frente figuraba desde el 14 de septiembre de 1914, tras el cese de Moltke, el general Erich von Falkenhayn- concentró sus esfuerzos en el Este, con la esperanza de lograr una victoria decisiva sobre los rusos. Tras unos meses de lucha indecisa en Prusia oriental (febrero-marzo de 1915), el 2 de mayo comenzó una gran ofensiva austro-alemana por Galitzia. El éxito fue espectacular y para fines de junio, las tropas austro-húngaras y alemanas habían avanzado unos 130 km. y ocupado toda Galitzia y Bucovina. El 1 de julio, una vez fracasada, como enseguida veremos, la operación de los ingleses en los Dardanelos, los poderes centrales reanudaron su ofensiva, y con el mismo éxito. Por el norte, en el Báltico, los alemanes tomaron Curlandia y Lituania (y su capital Vilna), situándose a las puertas de Riga (Estonia); por el centro, entraron en Varsovia (4-7 de agosto) y avanzaron hasta conquistar Brest-Litovsk; en el sur, los austríacos completaron la conquista de todo el resto de Polonia. Cuando hacia el 20 de septiembre se detuvo la ofensiva, los rusos habían perdido Polonia y Lituania y más de un millón de hombres y alemanes y austríacos estaban sobre Ucrania. La línea de frente había quedado establecida entre Riga y Rumanía, por Pinsk y Czernowitz, en los Cárpatos. Rusia aún no estaba vencida, pero las carencias de sus ejércitos en municiones, ropas, alimentos, artillería y fusiles la convertían en el eslabón más débil de la cadena militar de los aliados.
Éstos, y en especial los ingleses, pusieron gran parte de sus esperanzas -además de en los ataques frontales en el frente occidental- en eliminar a Turquía (porque ello les permitiría, además, restablecer la comunicación con serbios y rusos). Y en efecto, en enero de 1915 se aprobó el plan. Primero, se intentó una operación naval sobre los numerosos fuertes turcos que controlaban el estrecho de los Dardanelos, con la idea de despejar la ruta por mar hacia Constantinopla: los intentos fueron un fracaso, y tras el hundimiento por minas de varios cruceros (18 de marzo), la operación naval fue abandonada.
Se procedió entonces a una gran expedición terrestre sobre la península de Gallípoli, pero optándose esta vez por actuar sobre la costa oeste, en el Egeo, zona comparativamente desguarnecida. El desembarco -cinco divisiones mandadas por el general Ian Hamilton, con un alto contingente de soldados australianos y neozelandeses- comenzó el 25 de abril. La idea era probablemente excelente. Pero se escogieron equivocadamente los dos lugares de desembarco: sendas playas estrechas rodeadas de acantilados. La operación fue un verdadero fracaso. Los turcos, dirigidos por oficiales alemanes, dominando las posiciones altas, batieron reiteradamente las posiciones aliadas. Éstas -reforzadas desde agosto por otras cinco divisiones que establecieron una tercera cabeza de puente en la bahía de Suvla- lucharon denodadamente entre mayo y mediados de octubre atacando en distintas ocasiones desde los enclaves en que se hallaban colocadas, pero siempre sin éxito. El 16 de octubre, Hamilton fue relevado y su sustituto, el general Monro, aconsejó la evacuación, que efectuó brillantemente entre el 28 de diciembre y el 9 de enero de 1916. Los aliados habían terminado por colocar en Gallípoli 450.000 hombres: los muertos se elevaron a 145.000 (Churchill dimitió y el poder de Kitchener como ministro de la Guerra quedó limitado cuando su gobierno nombró al general William Robertson jefe del alto mando militar imperial).
En cambio, más al este, en Oriente Medio, los ingleses tuvieron inicialmente más fortuna. Las tropas del general Townshend tomaron a los turcos las ciudades de Amara y Nasiriya, en Iraq, y ya en septiembre, Kut-el-Hamara, comenzando el avance hacia Bagdad. Pero allí, Townshend fue detenido por los turcos y optó, ya en diciembre de 1915, por replegarse sobre Kut.
Antes de transcurrido un mes del desembarco en Gallípoli y cuando el resultado de éste era todavía incierto, los aliados habían logrado un gran éxito diplomático: la entrada de Italia en la guerra, oficializada el 23 de mayo de aquel año (1915) cuando Italia declaró la guerra a Austria-Hungría. El 26 de abril, Gran Bretaña, Francia, Rusia e Italia habían concluido un "acuerdo secreto de Londres" por el que los aliados prometían a Italia, a cambio de su entrada en la guerra, el Trentino y el Tirol meridional, Trieste e Istria (es decir, la "Italia irredenta" todavía, como se recordará, bajo el dominio de Austria-Hungría), islas en el Adriático y en el Dodecaneso, territorios en Dalmacia y Albania -antiguas posesiones de Venecia- e incluso aumentos en sus colonias en Libia, Somalia y Eritrea.
La operación tenía, desde el punto de vista militar, inmensas posibilidades. Se trataba de abrir un nuevo frente en la retaguardia sur de Austria-Hungría, lo que, con toda lógica, habría de forzar a ésta a detraer fuerzas de Rusia y Serbia. Pero las expectativas no se cumplieron. Las tropas italianas -nueve ejércitos, casi un millón de hombres, mandados por el general Luigi Cadorna- abrieron efectivamente el nuevo frente. Detuvieron el intento austríaco de atacar por los Alpes Dolomitas -entre Cortina d'Ampezzo y el lago de Garda-, y a su vez intentaron penetrar hacia Gorizia y Trieste por el río Isonzo, al nordesde de Venecia. Pero allí terminó todo. La guerra alpina resultó, por el terreno y por el clima, difícil y penosa, y pronto se redujo a pequeñas incursiones y acciones de la artillería de montaña. En el Isonzo, los italianos lanzaron hasta cuatro ofensivas entre junio y diciembre (y un total de doce, hasta octubre de 1917), pero lograron muy poco con un coste humano muy alto.
Además, la entrada de Italia en la guerra fue pronto -octubre de 1915- contrapesada por la de Bulgaria, que lo hizo al lado de los poderes centrales una vez que éstos le prometieron Macedonia y los territorios que los búlgaros reclamaban desde antiguo a Rumanía y Grecia. Los aliados intentaron implicar a esta última en la guerra, pero las diferencias entre el primer ministro pro-occidental Venizelos y el rey Constantino, neutralista, lo impidieron. Con todo, Grecia autorizó el desembarco de un contingente aliado en Salónica, dos divisiones, apenas unos 13.000 hombres bajo el mando del general Sarrail (3-5 octubre de 1915). El 6 de octubre, el ejército austro-alemán, al mando del general Von Mackensen, invadió Serbia; el 14 lo hizo Bulgaria. El éxito de la campaña, una de las mejor planeadas de toda la guerra, fue impresionante. Para principios de diciembre, los austro-alemanes habían ocupado la totalidad de Serbia, Montenegro y Albania (donde, meses antes, los italianos habían desembarcado tropas y proclamado una especie de protectorado). Los búlgaros ocuparon Macedonia, rechazando el intento de Sarrail de detenerlos en el río Vardar. El ejército serbio quedó destrozado. Pero, tras una retirada angustiosa y heroica hacia Albania, unos 150.000 soldados pudieron salvarse y, mediante una operación de evacuación organizada por barcos franceses e italianos con protección británica (ya en enero-febrero de 1916), pasar a la isla de Corfú, entre Albania y Grecia.
Los fracasos en los Dardanelos y en los Balcanes y el escaso éxito logrado en el frente italo-austríaco reforzaron la convicción del alto mando aliado -Joffre y el general Douglas Haig, que había sustituido a sir John French al frente de las tropas británicas- de que la victoria decisiva sólo podría lograrse en el frente occidental (donde a principios de 1916, los franceses tenían 95 divisiones, los ingleses 38 -y desde julio 55- y los belgas 6, frente a 117 divisiones alemanas). Tras numerosas discusiones se acordó que el ataque se realizaría por el río Somme, entre Arrás y Compiègne, y se preparó la ofensiva, que iba a suponer una impresionante escalada en el uso de material de guerra, para las primeras fechas del verano de 1916.
Los alemanes se les adelantaron. Falkenhayn, también convencido de que la victoria decisiva se obtendría en el frente occidental, optó por una "guerra de desgaste" contra el ejército francés y escogió para ello atacar Verdún, en Lorena, sobre el río Mosa, frente a Las Ardenas y Luxemburgo, una vieja plaza-fortaleza rodeada de un anillo de fuertes -y por eso aparentemente de fácil defensa- pero donde los franceses no habían colocado ni siquiera una segunda línea de trincheras. El 31 de febrero de 1916, comenzó el ataque, un bombardeo de la artillería de escala e intensidad no conocidos previamente. El gobierno francés, presidido desde el 30 de octubre del año anterior por Briand, hizo de la defensa de Verdún -encomendada al comandante Philippe Pétain- una cuestión patriótica irrenunciable. Y en efecto, Verdún fue defendida a toda costa y la batalla, que se prolongó hasta el 11 de julio -cuando Falkenhayn ordenó a sus comandantes que se limitasen a defender sus posiciones que estaban a unos cinco kilómetros de la plaza- se convirtió en uno de los episodios más sangrientos, y también cruciales de la guerra. Los ataques y bombardeos alemanes fueron constantes a lo largo de aquellos cinco meses. La defensa francesa -bajo el emotivo lema del "¡No pasarán!" acuñado por Pétain-, por las condiciones de extrema dureza que soportó, transformó Verdún de inmediato en uno de los grandes mitos del heroísmo épico de la contienda. Falkenhayn había querido "desangrar" lentamente al ejército francés (que llegó a emplazar en Verdún a 259 de sus 330 regimientos de infantería), y efectivamente, los franceses tuvieron 550.000 bajas. Pero los alemanes perdieron 450.000 hombres, y lo que fue peor para ellos: la "leyenda de Verdún" constituyó una gran victoria francesa en la guerra psicológica y de propaganda que libraban ambos bandos.
Los británicos no habían tenido tiempo para ultimar sus preparativos para la ofensiva del Somme, operación que sin duda habría aliviado la presión sobre Verdún. Los italianos atacaron (febrero-marzo) en el Isonzo pero sin lograr ventajas efectivas. Además, tuvieron que detener una nueva ofensiva austríaca en el Trentino (15 de mayo-3 de junio), que les produjo unas 150.000 bajas. Peor aún, en Mesopotamia los ingleses sufrieron un grave y humillante revés: el 29 de abril, Townshend capituló con sus 10.000 hombres ante los turcos en Kut-el-Hamara (capitulación apenas compensada por el inicio de la rebelión árabe contra Turquía que los ingleses habían estado fomentando desde octubre de 1914, y que estalló el 5 de junio de 1916 en el Hijaz, acaudillada por el emir de La Meca, Hussein).
El alivio a Verdún vino de donde menos esperaban los alemanes: de Rusia. El 4 de junio, el general Brusilov, comandante del frente meridional, desencadenó una gran ofensiva lanzando cuatro ejércitos, con 40 divisiones, sobre las posiciones austro-húngaras en un frente de unos 100 kilómetros, entre las marismas de Pripiat y los Cárpatos. "La ofensiva de Brusilov" duró hasta el 10 de agosto, única operación de la guerra que llevaría el nombre de un general, fue un gran éxito. Los rusos rompieron la línea austro-húngara, tomaron poblaciones importantes (Lutsk, Chernovtsky), avanzaron entre 25 y 125 km. según los puntos, e hicieron unos 500.000 prisioneros. La ofensiva obligó, además, a los austríacos a retirar tropas del Trentino, y a los alemanes de Verdún (unas 7 divisiones): Brusilov creyó que había salvado a los aliados. Pero la ofensiva no pudo sostenerse. La reacción alemana, la falta de municiones, las dificultades en las comunicaciones -punto capital de toda la acción militar de los rusos- y por tanto los problemas de suministro y en el traslado de las reservas, dieron al traste con ella. Los alemanes contraatacaron; los rusos sufrieron un millón de bajas y sus ejércitos, agotados y desmoralizados, comenzaron a perder el espíritu de lucha y la fe en la victoria.
A corto plazo, la ofensiva tuvo otro resultado que en principio pareció muy favorable a los aliados: Rumanía, cuyos derechos sobre la Bucovina, Transilvania y el Banato le fueron reconocidos, entró en la guerra el 27 de agosto, e invadió Transilvania (en Hungría) con vistas a confluir con las tropas de Brusilov. Pero la decisión acabó siendo contraproducente. Los alemanes, que habían tomado todo el peso de la guerra en los frentes teóricamente austríacos de los Cárpatos y los Balcanes, contraatacaron también en aquella región a partir de los últimos días de septiembre (cuando Falkenhayn se hizo cargo del frente, tras ser sustituido como jefe supremo militar por Hindenburg), mientras tropas germano-búlgaras mandadas por Mackensen atacaban a los rumanos en la Dobrudja. Rumanía quedó atrapada por la tenaza alemana: Bucarest cayó el 6 de diciembre.
Los aliados, por tanto, volvieron a su tesis inicial, a la idea de la victoria en el frente occidental. El 1 de julio de 1916 comenzó "la batalla del Somme" cuando, tras cinco días de feroces bombardeos de la artillería, divisiones de la infantería británica y francesa se lanzaron en oleadas sucesivas sobre las líneas alemanas. Los objetivos tácticos de la batalla eran determinadas posiciones alemanas entre Arrás y Peronne. Pero el objetivo estratégico de Haig, responsable último de la operación, era "agotar" las reservas alemanas. Estaba convencido de que la infantería, y no la artillería, decidiría la guerra y confiaba en que continuos y sucesivos ataques frontales terminarían por provocar la ruptura, el colapso de las filas enemigas. Sólo el primer día, los ingleses, cuyo IV ejército mandado por Rawlinson llevó el peso de la batalla, tuvieron 60.000 bajas (de ellos 20.000 muertos). Pero Haig se obstinó en su táctica. Los ataques de la infantería se sucedieron durante seis meses, hasta el 19 de noviembre (hubo también algún ataque de la caballería, y los ingleses usaron por primera vez tanques, pero sin ningún éxito pues quedaron atrapados en el barro). Los ingleses tuvieron unas 400.000 bajas, y los franceses 200.000; los alemanes, 450.000. Los aliados habían avanzado unos 2,5 km.. y no habían tomado ni Arrás ni Peronne. Pero el Somme, al menos, distrajo a los alemanes de Verdún (ya quedó dicho que el ataque contra la fortaleza se detuvo en julio). En el otoño, los franceses, bajo el mando de los generales Nivelle y Maugin, pasaron al contraataque en ese frente y recuperaron, con nuevas y cuantiosas bajas, algunos de los fuertes que los alemanes habían tomado en primavera.
El equilibrio militar parecía, por tanto, insuperable. Lo mismo ocurría en el mar, aunque sólo fuera porque las dos grandes flotas de la guerra, la inglesa y la alemana, habían procurado eludirse. Pero en 1916, una vez que se vieron forzados a detener la acción submarina, los alemanes, cuya flota era mandada por el almirante Scheer, decidieron probar las fuerzas. El 31 de mayo, enviaron hacia el mar del Norte su flota de cruceros -unos 42 barcos al mando del vicealmirante Hipper-, seguida a cierta distancia por el resto de la flota, otras 66 unidades, entre ellas 16 superacorazados tipo "dreadnought", con la idea de atraer a una trampa a la flota británica de cruceros del vicealmirante Beatty (51 barcos) haciéndole creer que sólo tenía enfrente a su homóloga alemana. Pero el cálculo alemán falló y el resultado fue el enfrentamiento frente al banco de Jutlandia, en aguas cercanas a Noruega y Dinamarca, entre las dos grandes flotas (Jellicoe, el almirante británico, movilizó, además de la escuadra de Beatty, 98 buques de guerra, entre ellos 24 "dreadnoughts"), la mayor batalla naval de la historia. El resultado fue incierto. En los dos días que duró el enfrentamiento, ambas partes perdieron parecido número de barcos, unos 25 en total, con unos 10.000 marineros muertos. Dada la superioridad británica, ello pudo ser interpretado por los alemanes como una victoria propia, pues además los barcos ingleses hundidos eran de más calidad y tonelaje que los alemanes. Pero al mismo tiempo, "la batalla de Jutlandia" mostró a los alemanes la imposibilidad de romper en superficie la hegemonía británica: en 1917, volverían a la lucha submarina (y ello terminaría por decidir la entrada de Estados Unidos en la guerra).

lunes, 8 de marzo de 2010

EL SISTEMA EUROPEO EN LA EPOCA IMPERIALISTA

El sistema europeo en la época imperialista
Las últimas décadas del siglo XIX fueron las más pacíficas del siglo en Europa. Después de 1871, sólo las diversas guerras de carácter limitado y periférico que se desarrollaron en las fronteras occidentales del Imperio turco, ensangrentaron su suelo. El ambiente internacional durante este período, no fue, sin embargo, de distensión. Las relaciones entre las potencias europeas fueron extraordinariamente complejas y, a veces, se desarrollaron en un ambiente de temores y amenazas. En ello pesaron tanto factores del pasado como otros nuevos.
Entre los condicionantes heredados estaban los problemas nacionalistas en los Imperios austro-húngaro y turco, y la rivalidad entre Inglaterra y Rusia en el Mediterráneo oriental. Factores nuevos fueron la crisis económica y la reacción proteccionista que provocó en todos los países, excepto el Reino Unido; la orientación de Austria-Hungría hacia los Balcanes, después de haber sido desalojada de Alemania y de Italia, lo que suponía un enfrentamiento con las tradicionales aspiraciones de Rusia; la misma existencia de una Alemania unificada, que era tanto un factor de estabilidad como de desconfianza hacia su poder; el sentimiento de revancha existente en Francia, tras la derrota de 1870-71; y, de forma creciente, el choque de intereses entre los países lanzados a la expansión colonial en el mundo.
Fueron años de "Realpolitik", de política realista, en la que los intereses nacionales, y no los criterios ideológicos, fueron los principios básicos de la acción diplomática, de acuerdo con lo establecido desde la guerra de Crimea. La apelación al sentido moral, por parte de Gladstone, fue una excepción que no tuvo respuesta. Los cambios en las estructuras y en la naturaleza de la vida política, allí donde se produjeron, influyeron relativamente poco en el tipo de las relaciones internacionales durante este período. Como ha escrito Th. Hamerow, "Richelieu (..) podría, haberse horrorizado al ver en qué se había convertido la sociedad europea en vísperas de la primera guerra mundial, pero se habría sentido como en casa en los ministerios donde se decidían las cuestiones diplomáticas cruciales".
En Rusia, la política exterior siguió siendo patrimonio exclusivo del zar. Alejandro III, por ejemplo, aprovechándose de que no existía nada parecido a la responsabilidad ministerial, no queriendo, o no sabiendo qué dirección tomar, optó por seguir, simultáneamente, políticas exteriores contradictorias, a través de diferentes órganos de gobierno: la orientación progermana del ministro de Asuntos Exteriores, Giers, y la paneslava a través del ejército, la policía, la prensa y parte del cuerpo diplomático.
Lo imperfecto del sistema parlamentario alemán queda muy claro en este terreno. La política exterior estuvo completamente fuera del control del "Reichstag". Bismarck la dirigió de una forma personal, habitualmente de acuerdo con la opinión de Guillermo I, pero en contra de la misma cuando el canciller quiso, y al margen también de las iniciativas de la "Wilhelmstrasse", donde tenía su sede el ministerio alemán de Asuntos Exteriores. El protagonismo de Bismarck fue sustituido por el de Guillermo II, a partir de 1890.
En Gran Bretaña, en Francia y en los demás Estados occidentales donde el proceso democrático estaba más avanzado, las cosas sólo fueron relativamente diferentes. En estos países la opinión pública estaba mejor informada y jugó un papel más importante en la política exterior. La opinión británica, por ejemplo, fue extraordinariamente sensible a las brutales represiones llevadas a cabo por los turcos contra búlgaros y armenios -en pocos días se vendieron, en 1877, más de 40.000 ejemplares de un folleto de Gladstone en el que denunciaba las primeras-. La opinión francesa también fue importante en la orientación colonial o en la política respecto a Alemania. Pero también en estos países, las cuestiones internacionales eran decididas por un número muy reducido de personas, que sortearon el control parlamentario mediante el carácter secreto de las alianzas que contraían. En Francia, la política exterior era competencia del presidente de la República, y a Sadi Carnot se atribuyó gran parte del mérito del tratado franco-ruso de 1894. También el rey Eduardo VII habría de tener un gran protagonismo en la política exterior británica, donde el "Foreign Office" gozaba dé una gran autonomía. Todavía en 1901, Salisbury recordaba que la diplomacia era competencia tradicional de la Corona, es decir, del ejecutivo, y no del Parlamento, aunque afirmaba que ningún gobierno llevaría a cabo alianzas contrarias a la opinión pública.
Hasta 1890, la escena europea aparece dominada por el canciller Bismarck y los distintos sistemas de alianzas internacionales que construyó, de acuerdo con un procedimiento que tiene un gran parecido con el juego de ajedrez: avances y cesiones controladas, con objetivos perfectamente definidos. Cuando Bismarck fue desalojado de la cancillería, el equilibrio que había creado -un equilibrio nada desinteresado, por otra parte- se rompió.
Al mismo tiempo, los problemas mundiales sustituyeron a los continentales como objeto de atención preferente y como principales factores de riesgo.
La época de Bismarck
Así como Bismarck había pensado que sólo mediante una guerra con Francia podía realizarse la unidad alemana -porque sólo la agresión francesa impulsaría a los Estados alemanes del sur a buscar la protección de los del norte-, una vez realizada la unificación, pensó que el mayor peligro para la misma provenía del sentimiento de revancha de una Francia humillada por la derrota y por las concesiones que se había visto obligada a hacer. En consecuencia, orientó toda su política a mantener aislada a Francia, objetivo que logró plenamente, mientras estuvo al frente del Imperio, controlando en cierta medida la política exterior de las demás potencias.
A la altura de 1890, parecía claro que Bismarck había detenido su política agresiva en 1871 y que, a partir de esta fecha, trató de consolidar la hegemonía alemana mediante la paz. Más consciente de la debilidad estratégica de Alemania que de su fuerza humana y económica, buscó el mantenimiento del "statu quo" territorial favorable a su país. Durante las dos décadas siguientes a la unificación, sin embargo, esto no pareció tan evidente, entre otras cosas, porque Bismarck nunca lo manifestó -escribió al emperador que le parecía un grave error político hacer declaraciones pacifistas- y porque en varias ocasiones dejó entrever la posibilidad de una nueva guerra -"preventiva", en su terminología- contra Francia o contra Rusia.
La valoración de la política exterior de Bismarck ha sido muy diferente; desde la muy positiva de W. Langer, que la consideró un ejemplo inigualable de "gran moderación y de un sano sentido político de lo posible y de lo deseable", hasta la de historiadores más críticos, como A. J. P. Taylor o G. Craig, que han acentuado los aspectos oportunistas y pragmáticos de la misma. En último término, según G. Kennan, el fracaso de Bismarck al no conseguir un orden internacional estable se debió fundamentalmente a la dificultad inherente a los objetivos que persiguió: impedir una guerra entre Austria-Hungría y Rusia en los Balcanes, y conseguir que ninguna de estas potencias se aliara con Francia en contra de Alemania.
El conjunto de alianzas que se fraguaron en estos años suelen agruparse en dos sistemas consecutivos, un primero, de 1873 a 1878, y un segundo, entre esta última fecha y su dimisión en 1890.
Fin del concierto europeo
Durante la última década del siglo XIX, la rivalidad entre los Estados europeos comenzó a tener una dimensión mundial, más que estrictamente europea. Alsacia-Lorena y los Balcanes siguieron presentes, pero la tensión que provocaron fue mucho menor que la ocasionada por los conflictos relativos al reparto de influencias en el Mediterráneo o en África. Escenarios no europeos, como no lo fueron aquellos donde se desarrolló la guerra entre España y Estados Unidos, en 1898, guerra significativa, a nivel mundial, menos por el aislamiento y la derrota de España, que por marcar el inicio del imperialismo estadounidense en el continente americano.
En el caso de los Balcanes hay que señalar el acuerdo suscrito entre Austria-Hungría y Rusia, en mayo de 1897 -después de la matanza de 250.000 armenios por los turcos, y de una guerra entre Grecia y Turquía, a causa de Creta- para mantener la paz y el "statu quo" en el territorio, es decir, la integridad del Imperio turco. En este acuerdo influyeron, por parte austriaca, el deseo de verse libre de problemas exteriores dados los problemas internos que la afectaban, con los Parlamentos de Viena y Praga paralizados por los nacionalistas, y Hungría presionando para obtener mayor autonomía. Por parte rusa, fue decisiva su dedicación preferente a los asuntos en Asia central y el Extremo Oriente.
El hecho de mayor importancia y trascendencia en las relaciones internacionales de las potencias europeas del fin de siglo, fue el final del aislamiento diplomático que Bismarck había impuesto a Francia, desde 1871, mediante el acuerdo alcanzado con Rusia en 1894 -quizá el ejemplo más claro de cómo los intereses nacionales estaban por encima de las consideraciones ideológicas en la política exterior-; a esta alianza habría de seguir una aproximación a Italia que reforzaría más la posición internacional de Francia. Por otra parte, Gran Bretaña cada vez más consciente de los inconvenientes de su aislamiento internacional, impulsó las negociaciones con otros países con objeto de salir del mismo.
Cambio en la política exterior británica
La política exterior británica de las últimas décadas del siglo XIX suele definirse, en frase de Salisbury, como de "espléndido aislamiento", aunque -como indica A. J. P. Taylor- su autor, haciendo gala de "realpolitik", la usó en un sentido completamente opuesto, para decir lo que Gran Bretaña nunca podría alcanzar: "sólo si los británicos vivieran en un "espléndido aislamiento" podrían basar su política en principios morales".
El aislamiento británico durante este período fue sólo relativo. Con excepción de los acuerdos mediterráneos, el Reino Unido no estuvo directamente implicado en el equilibrio de poder en Europa, pero mantuvo estrechas relaciones con los poderes continentales para salvaguardar sus intereses, especialmente en el Oriente Próximo.
A partir de 1894 cuando, por diversas razones, los acuerdos mediterráneos no fueron renovados, se extendió la convicción entre los políticos británicos de que en una escena internacional, cuyos límites se habían hecho mundiales, en la que por todas partes, y no sólo en Europa, surgían competidores por el control económico y político, el Reino Unido no podía continuar permitiéndose estar al margen de cualquier alianza. Diferentes episodios -Fashoda, Venezuela, China, Sudáfrica- vinieron a demostrarles lo difícil que era, desde tal posición, defender sus intereses en el mundo, una vez perdida la hegemonía económica de que antes disfrutaran.
Probablemente, nada hizo a los británicos tan conscientes de la situación como la política naval emprendida por el almirante Tirpitz en Alemania, a partir de 1898. Ésta era consecuencia directa de la "Weltpolitik", la política mundial de Guillermo II. "El porvenir de Alemania está en los mares", había declarado el emperador dos años antes; una política de expansión mundial necesitaba una flota, sin la cual ninguna conquista sería segura. En 1898, Alemania disponía de 22 barcos de guerra; Gran Bretaña de 147 de las mismas características. Tras las leyes navales de 1898 y 1900, los alemanes consiguieron construir en poco tiempo 28 barcos más. La carrera alemana se intensificó en 1906 y 1907 y, como consecuencia de la misma, a pesar de los esfuerzos británicos por mantener la ventaja, en 1915 la flota alemana llegaría a ser dos tercios de la inglesa.
Fueron varias las posibilidades de alianzas que los británicos barajaron dentro y fuera de Europa. Las deterioradas relaciones con Francia, a causa de Fashoda, y el enfrentamiento con Rusia, tanto en el Próximo como en el Extremo Oriente, hacían más difícil la aproximación a estas potencias que, no obstante, se intentó. También se iniciaron contactos con Japón y Estados Unidos. La opción alemana era firmemente defendida por Joseph Chamberlain, ministro de Colonias en el gobierno unionista que, de acuerdo con un criterio racista, la consideraba una "alianza natural" respecto a otras posibles con países latinos. Nada parecía obstaculizar este acuerdo. No había contenciosos pendientes entre el Reino Unido y Alemania. Lo malo es que tampoco había objetivos particulares en común.
En Berlín, la propuesta británica fue recibida con reticencia. El emperador temía que, siguiendo una opinión pública desfavorable a Alemania, el Parlamento británico no ratificara un tratado entre ambos países. Por otra parte, una alianza con Gran Bretaña podría fortalecer la unión entre Francia y Rusia, que se estaba tratando de deshacer. La negociación llevada a cabo en 1901 acabó en fracaso: el "Foreign Office" propuso una alianza defensiva, en caso de guerra contra Francia y Rusia unidas, y la neutralidad si la guerra era con una sola de estas potencias. Para la "Wilhelmstrasse", la alianza británica debía ser con la Triple Alianza y no sólo con Alemania. Gran Bretaña rechazó esta propuesta, que podía llevarle a una guerra exclusivamente por los Balcanes o el Mediterráneo, e hizo una nueva oferta de acuerdo restringido que no fue aceptada.
Igual que en el caso de Rusia, diez años antes, también ahora los diplomáticos alemanes despreciaron la capacidad que tenía el Reino Unido de llegar a alianzas con sus contrincantes, y las consecuencias que, en un plazo no muy largo, esto podría tener. De hecho, lo que ocurrió es que, al poco tiempo, Gran Bretaña y Francia firmaron la "Entente Cordiale", lo que supuso que, en un plazo de quince años, en Europa se pasó del aislamiento de Francia al "Einkreisung", el cerco de Alemania.
El derrumbamiento de los sistemas bismarckianos y la formación de las alianzas enfrentadas
Bismarck había construido una compleja red de tratados internacionales cuyo elemento clave era la Triple Alianza o Tríplice (1882) que ligaba a Alemania con Austria-Hungría e Italia. El principal objetivo del canciller alemán era el mantenimiento de un status quo que él consideraba beneficioso para Alemania.
El delicado edificio diplomático construido por Bismarck se vino abajo con la nueva Weltpolitik impulsada por Guillermo II. Esta nueva actitud de Alemania, ambiciosa y agresiva, desencadenó un proceso de competencia y desconfianza del que nacieron dos bloques de potencias:
El primer resultado de la política del nuevo Káiser fue lo que más temió Bismarck, el fin del aislamiento de Francia: en 1893 se firmó la Alianza franco-rusa, acuerdo que suponía un compromiso de ayuda militar en caso de guerra contra Alemania.
En 1905, ante la sorpresa mundial Rusia es derrotada en la guerra que le enfrentó contra Japón. Este fracaso hizo que Rusia abandonara sus ambiciones en el Extremo Oriente y centrase su atención en los Balcanes, lo que llevó inevitablemente al choque con Austria-Hungría.
Empujadas por la creciente agresividad y ambición colonial de Alemania, Francia y Gran Bretaña pusieron fin a sus diferencias coloniales y firmaron la Entente Cordiale en 1904.
Por último, animadas por Francia y tras resolver sus problemas en Asia Central (Persia, Afganistán), en 1907 se firmó el Acuerdo anglo-ruso. Se ponían así las bases de la denominada Triple Entente entre Francia, Gran Bretaña y Rusia.
En definitiva, en los años previos al conflicto se había configurado dos grandes alianzas en torno a las que van a pivotar los bloques enfrentados en la Gran Guerra: la Triple Entente y la Triple Alianza.
Crisis que precedieron al conflicto
En un contexto de creciente enfrentamiento entre las potencias, durante la década anterior a la guerra tuvieron lugar cuatro crisis internacionales que marcaron la evolución hacia el conflicto generalizado:
Primera crisis marroquí (1905-1906)
Guillermo II, aprovechando una visita a Tánger, proclamó que Alemania no permitiría que Marruecos pasara a ser dominado por una única potencia. Esta advertencia iba claramente dirigida a Francia, cada vez más presente en el reino norteafricano. Este desafío precipitó la convocatoria de la Conferencia de Algeciras (1906), a la que fueron convocadas todas las potencias europeas. Alemania quedó aislada y Francia recibió el claro apoyo británico.
La principal consecuencia fue la ratificación de la buena salud de la Entente Cordiale, lo que aprovechó Francia para propiciar el acercamiento entre Gran Bretaña y Rusia. La creciente agresividad germana disipó las diferencias entre Londres y San Petersburgo. En 1907 se firmó el Acuerdo anglo-ruso, nacía así la Triple Entente.
La anexión austriaca de Bosnia-Herzegovina (1908)
Aprovechando la revolución de los Jóvenes Turcos en Turquía, Austria-Hungría se anexionó Bosnia. Alemania apoyó a su aliado y Rusia se vio forzada a ceder ante la agresión austríaca. Ni Francia ni Gran Bretaña se mostraron dispuestas a apoyar a Rusia en un eventual conflicto.
La única buena noticia para San Petersburgo fue que, aprovechando la debilidad turca, Bulgaria proclamó su independencia plena, rompiendo los lazos teóricos que aún la unían a Turquía. Los búlgaros, como los demás eslavos de la región, veían a Rusia como la gran potencia protectora eslava. El ambiente en los Balcanes se enrareció aún más en un año en el que la pugna por la hegemonía naval entre Alemania y Gran Bretaña daba una escalada.
El incidente de Agadir en Marruecos (1911)
El envío de un buque cañonero alemán a Agadir en un claro desafío a Francia provocó una grave crisis que concluyó con la firma de un acuerdo franco-alemán por el que Alemania daba manos libres a Francia en Marruecos a cambio de una parte importante del Congo francés. Mientras la tensión internacional se agudizaba, la alianza franco-británica salió fortalecida al apoyar Londres resueltamente al gobierno de París.
Las guerras balcánicas (1912-1913)
Dos sucesivas guerras de los estados balcánicos, la primera contra Turquía y la segunda interna entre ellos (Serbia y Grecia y Montenegro contra Bulgaria) concluyeron con el Tratado de Bucarest (1913). Las guerras balcánicas provocaron un vuelco en la situación en la zona:
o Turquía quedó reducida en los Balcanes a la región en torno a Estambul.
o Serbia (aliada de Rusia y defensora de los derechos de los eslavos en el imperio austro-húngaro) se consolidó como el principal estado de la región:
o Austria-Hungría, alarmada por el fortalecimiento serbio, llegó a la conclusión de que solo una guerra preventiva impediría que Serbia encabezara un levantamiento general de los eslavos en el Imperio de los Habsburgo, alentado por la gran potencia eslava, Rusia.
o Alemania estaba resuelta a apoyar a su aliado austro-húngaro en caso de conflicto.
o Rusia estaba decidida a intervenir en el caso de que Austria-Hungría atacase a Serbia. Francia, a su vez, era mucho más proclive a apoyar a Rusia en caso de guerra que en 1908.
El ambiente bélico se extendía en las diversas capitales europeas.
La crisis definitiva: el atentado de Sarajevo (verano de 1914)
En este ambiente de tensión, el 28 de junio de 1914 fue asesinado el Archiduque Francisco Fernando, sobrino del Emperador Francisco José I y heredero al trono austro-húngaro, en Sarajevo (Bosnia). Un activista serbobosnio, Gavrilo Princip, miembro de la organización nacionalista serbia "La Mano Negra", fue el autor del magnicidio. Este atentado desencadenó una fatal serie de acontecimientos que desembocó en la guerra.
Las potencias cumplieron fielmente sus alianzas. He aquí resumida la sucesión de hechos que llevó a la guerra:
• 28 junio: atentado de Sarajevo.
• 23 julio: tras asegurarse el apoyo alemán, Austria-Hungría lanza un ultimátum a Serbia.
• 28 julio: Austria-Hungría declara la guerra a Serbia.
• 30 julio: Rusia inicia la movilización general.
• 1 agosto: Alemania delira la guerra a Rusia. Francia inicia la movilización general.
• 3 agosto: Alemania declara la guerra a Francia.
• 4 agosto: Alemania invade Bélgica, lo que provoca que el Reino Unido le declare la guerra.
Fuentes: www.artehistoria.jcyl.es y www.historiasiglo20.org