lunes, 15 de febrero de 2010

LAS REVOLUCIONES DE 1848

LAS REVOLUCIONES DE 1848
Los procesos revolucionarios que se generalizaron en Europa durante el primer semestre de 1848 marcaron un nuevo avance del liberalismo y de las corrientes nacionalistas, aunque estos avances se vieron también acompañados por exigencias de carácter democrático (sufragio universal) y reclamaciones de reforma social que protegiera los intereses de las clases trabajadoras, especialmente el derecho al trabajo. Las revoluciones tuvieron lugar en una Europa en la que el liberalismo no había dejado de avanzar desde la oleada revolucionaria de 1830. El Reino Unido y Francia ejercían un indudable liderazgo en este aspecto, que había permitido la creación de Bélgica, bajo la forma de una monarquía liberal, y los procesos de implantación de regímenes liberales en Portugal y España, superando costosas guerras civiles en ambos casos. También eran varios los Estados alemanes que contaban con Constituciones liberales.Frente a ese mapa del liberalismo, los principales regímenes absolutistas eran Rusia, Prusia y Austria, que extendían su influencia desde la península italiana hasta el noreste de Europa. De todas maneras, como ha recordado Roger Price, las estructuras sociales y económicas de carácter preindustrial seguían casi intactas en la mayoría de los Estados europeos y la sacudida revolucionaria de estos años brindó la oportunidad de que alcanzasen protagonismo sectores sociales que hasta entonces habían permanecido al margen. En los momentos álgidos de la revolución (primavera y verano de 1848) pudo pensarse que se había producido una profunda alteración del orden político establecido en 1815, y de los principios que lo habían alentado, pero la evolución de los acontecimientos aconseja no magnificar las consecuencias de los movimientos revolucionarios. La fuerte represión que siguió a los estallidos revolucionarios ha hecho que algunos historiadores (W. Fortescue, Price) opinen que 1848 contribuyó al mantenimiento de un orden social y político conservador que perduró hasta el estallido de la primera guerra mundial. Algunas innovaciones políticas significativas (unificaciones de Italia y Alemania) se hicieron bajo el signo conservador y casi no quedó otro movimiento revolucionario que el anarquismo. Las grandes conmociones revolucionarias de los años siguientes (Comuna de París, revolución rusa de 1905) se explican más como reacciones a desastres militares que como verdaderas propuestas de transformación política profunda.
Características Generales
En todo caso, los movimientos revolucionarios de 1848 han ejercido una notable atracción sobre los historiadores dada la notable simultaneidad con que se producen los acontecimientos y la similitud de los comportamientos de sus protagonistas. De ahí que sea posible señalar algunas características comunes a los acontecimientos que se desarrollaron en los Estados italianos, Francia, los Estados alemanes o los del Imperio de los Habsburgo. En primer lugar, se trata de movimientos urbanos que parecen ser un reflejo de las transformaciones sociales que se venían produciendo en las ciudades europeas, en un proceso de crecimiento acelerado. Los protagonistas de los acontecimientos, en cualquier caso, no son muchos. A las clases dirigentes tradicionales (aristocracia y burguesía) se unen ahora elementos de las clases medias bajas (artesanos, obreros especializados) que habían sido marginados hasta entonces de la vida política. La unión de todos esos grupos no deja de ser coyuntural y, desde luego, no los transforma en un masa. Son, simplemente, grupos de ciudadanos que se concentran para manifestarse ante el poder político y que prefieren la barricada, contra la que chocan ejércitos mal dotados como consecuencia de la debilidad económica de los Estados europeos de mediados de siglo.La similitud de los comportamientos, por lo demás, no respondía a ningún complot de algún comité que dirigiese la subversión en los países europeos, como había creído Metternich, pero sí es fácil advertir el efecto dominó en la sucesión de los acontecimientos. Las noticias de lo sucedido en cada capital, especialmente en el caso de París, fueron determinantes para el impulso revolucionario en otros lugares, como también lo serían las noticias referentes a la represión contrarrevolucionaria. También hubo una cierta homogeneidad en cuanto a los objetivos de las agitaciones, ordinariamente dirigidas hacia el aumento de la participación política para incluir a los sectores de la población que no reunían los requisitos económicos o sociales que facultaban para intervenir en los sistemas liberales. Las exigencias llevaron, en la mayoría de los casos, a reclamar el sufragio universal para todos los varones adultos. A estas exigencias, puramente políticas, se sumaron, en algunos casos, las de reforma social y, en otros, las que hacían los diversos nacionalismos existentes en Europa. Ernest Labrousse trató de ofrecer, en 1948, una explicación de carácter económico sobre el desencadenamiento de estos movimientos revolucionarios, poniendo en relación la evolución de precios y salarios con las crisis económicas que se desarrollaban desde 1845. Según esa línea de interpretación (en la que también trabajaron J. Droz y G. Benaerts, para Alemania) las crisis agrarias, que dificultaron seriamente el abastecimiento de productos alimenticios, se vieron agravadas por el crecimiento de la población y las condiciones de la transición al capitalismo. Al final terminarían por afectar a mercados nacionales, que estaban en formación, así como a las instituciones financieras que empezaban a crearse. Aunque la geografía y la cronología de las crisis económicas no se corresponden exactamente con las de los movimientos revolucionarios, la relación entre ambos fenómenos no debe ser descartada. Price ha sugerido que en los lechos se observa la coincidencia de crisis económicas de carácter tradicional (carestía) con otras de carácter moderno (financiero), que hizo especialmente sensibles a las economías en proceso de transición. Por otra parte, la crisis económica se tradujo en una crisis política desde el momento en que el monopolio del poder, por parte de una minoría privilegiada, se hizo intolerable por la incompetencia de los Gobiernos y las desigualdades sociales. Las peticiones de reforma constitucional tuvieron que ser aceptadas por las autoridades desde el momento en que se comprobó la incapacidad de los cuerpos represivos para sostener la situación. La constitución de milicias cívicas o guardias nacionales fue usualmente el signo de que las autoridades tradicionales habían cedido en sus pretensiones de controlar la situación por la fuerza. Las revoluciones de 1848, por lo demás, fueron el colofón al cuarteamiento del entramado de relaciones internacionales existente desde 1815, al que se ha denominado sistema Metternich. Como ha señalado Alan Sked, dicho sistema no tuvo efectividad más allá de los años veinte y, durante los años treinta, era patente que Europa estaba dividida entre la entente liberal franco-británica, con sus apoyos en la Península Ibérica, y el bloque de las potencias legitimistas. Las crisis turco-egipcias y las reticencias originadas por el matrimonio de Isabel II de España agrietaron la entente liberal y crearon nuevas tensiones. No parecía que las potencias europeas, y mucho menos Metternich, estuvieran en condiciones de dar una respuesta articulada ante cualquier brote revolucionario.
Francia: la Segunda República
Las reformas políticas llevadas a cabo por la Monarquía de julio francesa no habían impedido que el régimen quedara en manos de una oligarquía que se enajenó paulatinamente el apoyo de la nación. Como ya se ha visto, la campaña de la oposición llevó a la abdicación de Luis Felipe (24 de febrero) y a la proclamación, el día siguiente, de la Segunda República como consecuencia de las exigencias de los sectores radicales, inspirados por F. Raspail. El Gobierno provisional se formó en el Ayuntamiento, combinando las listas preparadas por los periódicos Le National (moderado) y La Réforme (radical), y tuvo una composición heterogénea que iba desde antiguos orleanistas hasta algún socialista (Louis Blanc y Albert), pasando por bonapartistas y republicanos. Todos ellos bajo la presidencia del antiguo convencional Dupont de l´Eure. En realidad, pese a la presencia de republicanos avanzados (A. Ledru-Rollin y F. Flocon), e incluso de un obrero (el metalúrgico Albert, de nombre A. Martin), el peso del gobierno recaía sobre los republicanos moderados de Le National. Alphonse de Lamartine, desde el Ministerio de Asuntos Exteriores, trataba de ofrecer la imagen de una República moderada (mantenimiento de la bandera tricolor en vez de la roja) y deseosa de la paz con el resto de las naciones (manifiesto a Europa).El nuevo régimen se estableció de acuerdo con principios netamente democráticos. Se había prometido una Asamblea Constituyente, que sería elegida mediante sufragio universal, a la vez que se concedía la más amplia libertad de expresión y reunión. La revolución había triunfado en un clima de exaltación popular, que refleja muy bien Flaubert en La educación sentimental. Las diferentes clases sociales se entregan a efusiones emocionales un tanto "naïves", en las que se recalca la espontaneidad y el altruismo con el que se han desarrollado los acontecimientos. La supuesta confraternización con los obreros lleva a gestos más o menos ingenuos, como el uso del blusón y el abandono de las tradicionales levitas. Se plantan "árboles de la libertad" por todos sitios.Sin embargo, la armonía no es tan completa. El Gobierno provisional se resistió a reconocer el derecho al trabajo, aunque permitió la creación de talleres nacionales (proyecto de socialismo reformista inspirado por Blanc, aunque organizado por Marie) y, en lugar de un Ministerio de Trabajo, el establecimiento de una Comisión de Gobierno para los Trabajadores, que reunía a casi 700 delegados de los obreros y 231 de los patronos, presididos por Blanc. La comisión se encargaba de preparar la legislación laboral y celebraba sus sesiones en el palacio parisino de Luxemburgo, anterior sede de la Cámara de los Pares. Entre sus primeras decisiones estuvo la prohibición del trabajo a destajo, de la contratación en grupos y la reducción de la jornada laboral en París a diez horas (once en las provincias). De todas formas, lo que aparentaba ser un triunfo de las clases trabajadoras podía verse también como un mecanismo para tenerlas controladas y limitar su influencia en los asuntos políticos.La actividad política se desbordó en las semanas siguientes con la proliferación de periódicos y clubs políticos, empeñados en las tareas de propaganda y difusión de los nuevos ideales republicanos. Pero también surgieron las primeras tensiones como consecuencia de un creciente temor a las exigencias socialistas, tanto por parte de ricos comerciantes e industriales, como entre los pequeños propietarios que habían proliferado en la sociedad francesa. A las tensiones sociales que provocaron reacciones antimáquinas en algunas ciudades industriales (Lille, Rouen, Lyon) se unió una crisis financiera manifestada en la caída de la Bolsa y en la masiva retirada de depósitos bancarios. M. Goudchaux, ministro de Finanzas, tuvo que recurrir a la suspensión de la convertibilidad del billete de banco y a la fijación de topes de emisión de moneda. El aumento de los impuestos directos en un 45 por 100 no contribuyó tampoco a la tranquilidad de los espíritus.
Elecciones a la Asamblea Constituyente
En esas condiciones, las elecciones previstas para el 9 de abril parecían prematuras a los elementos más radicales, que recelaban que el recién concedido sufragio universal, que había elevado el cuerpo electoral de 250.000 a más de 9.000.000 de electores, proporcionara una excesiva ventaja a los elementos conservadores que podían influir sobre una población desorientada. La manifestación obrera que organizó A. Blanqui el 17 de marzo consiguió que las elecciones se retrasaran hasta el 23 del mes siguiente, pero la Guardia Nacional reprimió otra nueva manifestación con el mismo objeto y las elecciones se celebraron con la vigilante atención del Gobierno que, a través de su ministro de Interior, Ledru-Rollin, había pedido a los prefectos que apoyaran las candidaturas de los republicanos "de la víspera", para contrarrestar a los previsibles republicanos "del día siguiente".De acuerdo con los testimonios que nos han dejado Tocqueville o Ch. de Rémusat, los electores de algunos pueblos franceses se encaminaron en comitiva al lugar de votación, a veces ordenados por orden alfabético y dirigidos por el cura, por lo que no resulta difícil entender el carácter conservador y pro-gubernamental de los resultados. De los 900 puestos a elegir, más de 500 correspondían al sector republicano moderado, del que Lamartine era el más destacado representante. El poeta, que alcanzó entonces el momento cenital de su carrera, había sido elegido por 10 circunscripciones, con más de 1.500.000 de votos. Los grandes derrotados eran los radicales y socialistas, que no llegaban a 150, con el agravante de la derrota de casi todos sus dirigentes.La participación había sido muy alta (85 por 100) pero las condiciones de ejercicio del sufragio (sin cabinas y sin sobres) permiten conjeturar que la alta participación había permitido mayores niveles de influencia a los elementos rectores de la sociedad (curas, pero también maestros o médicos rurales). De acuerdo con las previsiones del Gobierno, fueron muchos los que se convirtieron en republicanos al día siguiente de la elección. Aun con las dificultades que existen para asignar una clasificación política a los elegidos en esta primera consulta democrática de la vida política francesa, algunas estimaciones han situado en 300 el número de antiguos legitimistas elegidos, mientras que casi 200 habían sido ya diputados durante la Monarquía de julio. Este giro hacia posiciones conservadoras no tardaría en provocar un aumento de tensiones en la vida política francesa.Las elecciones complementarias del 4 de junio permitieron la elección de algunas figuras destacadas, que habían resultado derrotadas en la primera consulta, y también presenciaron el triunfo de un personaje no muy conocido, aunque sí lo fuera su apellido: Luis Napoleón Bonaparte. Aunque su elección sería anulada, volvería a ser elegido el 17 de septiembre.
El giro conservador francés
Los resultados de las elecciones para la Asamblea Constituyente habían puesto de manifiesto la existencia de amplios sectores conservadores, deseosos de reconducir la trayectoria revolucionaria, a la vez que confirmaban los temores de republicanos avanzados y socialistas, que habían tratado de posponerlas. "Febrero de 1848 -ha escrito F. Furet- quiso conjurar la, división social con la fraternidad, pero la idea de clase estaba en el corazón de lo que sitió, como la verdad oculta detrás de la ilusión".Una Comisión Ejecutiva de sólo cinco miembros (Arago, Garnier-Pagès, Lamartine, Marie y Ledru-Rollin) fue designada para sustituir al Gobierno provisional. Todos ellos eran moderados, con la excepción de Ledru-Rollin, y actuaron decididamente contra una democracia social que amenazaba con desbordarles. Los talleres nacionales, que acogían a 28.000 obreros a finales de marzo, contaban con 100.000 un mes después. También trataron de frenar la presión de los clubs políticos y, el 12 de mayo, la Asamblea les prohibió presentar peticiones. La respuesta de los clubs, dirigidos por Blanqui y Raspail, fue el asalto al palacio Bourbon, sede de la Asamblea, y el nombramiento de un nuevo Gobierno provisional. Los manifestantes, sin embargo, fueron detenidos en su marcha hacia el Ayuntamiento y, con el arresto de sus principales dirigentes, perdieron efectividad rápidamente. La Comisión Ejecutiva se sintió entonces lo suficientemente fuerte como para ir contra la Comisión de Luxemburgo y contra los talleres nacionales, que eran vistos como un permanente foco de agitación.La decisión de suprimir estos últimos, que había sido adoptada el 24 de mayo, no se publicó hasta el 21 de junio. Los que habían venido de fuera de París tendrían que volver a su lugar, aunque a los jóvenes se les ofrecía la posibilidad de alistarse en el Ejército, o incorporarse a la realización de trabajos públicos en otras provincias. La reacción de los obreros lleva a la construcción de barricadas que dividen a París entre la zona proletaria del este y la burguesa del oeste. La represión corre a cargo del general Cavaignac, ministro de la Guerra y republicano intachable. El día 24 la Asamblea proclama el estado de sitio y destituye a la Comisión Ejecutiva, a la vez que concede plenos poderes a Cavaignac. Éste, que parece haber conducido la represión con deliberada parsimonia, domina completamente la situación el día 26. En la calle han quedado miles de muertos, entre los que se cuenta el arzobispo de París, monseñor Affre, que había intentado desempeñar un papel de mediador entre los sublevados y el Ejército. A la derrota de los insurrectos siguió una durísima represión en la que hubo 1.500 fusilados y más de 25.000 prisioneros, de los que unos 11.000 serían deportados. Los clubs serían cerrados y, pocas semanas después, duramente reglamentados, al igual que la prensa. El restablecimiento de un depósito previo para publicar diarios hizo que F. de Lamennais dijera que a los pobres sólo les quedaba el silencio.El espíritu de fraternidad del anterior mes de febrero podía darse por desaparecido y Lamartine, que había sido quien mejor lo había representado, inició su definitivo ocaso político. Dirigentes socialistas, como Louis Blanc, tuvieron que tomar el camino del exilio, y Cavaignac quedó como dueño absoluto del poder ejecutivo, que ejerció en beneficio de los republicanos moderados. De todas maneras, como han puesto de manifiesto los estudios de Ph. Vigier, las prácticas democráticas se generalizaron en las provincias francesas durante aquellos meses, con las elecciones de los órganos consultivos de la vida local.La nueva Constitución fue promulgada el día 4 de noviembre y, aunque su preámbulo ratificaba las libertades públicas en la tradición de 1789, las formulaciones de su articulado eran un tanto vagas. El poder legislativo residiría en una Asamblea de 750 miembros, que serían elegidos mediante sufragio universal para un periodo de tres años. El poder ejecutivo residía plenamente en un presidente de la República, elegido por sufragio universal directo para un periodo de cuatro años, aunque no sería reelegible. La figura estaba inspirada en el sistema norteamericano, aparte de que parecía haber sido pensada en beneficio de Cavaignac ya que, de no obtener un determinado nivel de votos, la elección revertiría a la Asamblea.Las previsiones políticas comenzaron a torcerse desde el momento en que la derecha de la Asamblea, el Partido del Orden, tomó la decisión de apoyar la candidatura del príncipe Luis Napoleón Bonaparte, que apenas presentaba otro mérito que su apellido. Los conservadores estaban convencidos de que podrían manejarlo a su gusto.Frente a esa candidatura, la de Cavaignac representaba al poder establecido y a ciertos medios liberales, pero tenía el defecto de haberse enajenado la simpatía de muchos republicanos, después de la represión de las jornadas de junio. Otras candidaturas eran la de Ledru-Rollin, que representaba los planteamientos de una Solidaridad Republicana en la que coincidían republicanos avanzados y socialistas moderados; la de Raspail, socialista intransigente a la componenda con los republicanos; la de Lamartine, candidatura que trataba de evocar el espíritu de concordia de los primeros momentos de la revolución, y la del general Changarnier, de carácter monárquico.Los 7.300.000 franceses que votaron el día 10 de enero distribuyeron muy desigualmente sus votos. Cinco millones cuatrocientos treinta y cuatro mil (lo que representaba un 74 por 100 de votantes) lo hicieron por Luis Napoleón, mientras que Cavaignac sólo obtenía 1.448.000 (19 por 100). Ledru-Rollin quedaba en 371.000, mientras que los demás quedaban en cifras insignificantes (Raspail, 37.000; Lamartine, 17.000; Changarnier, 8.000).Napoleón había encontrado un apoyo popular que le permitiría un extraordinario margen de maniobra pero, de momento, organizó su gobierno con los hombres del Partido del Orden. Odilon Barrot se encargó de la presidencia de un Consejo en el que también era figura destacada el conde Falloux, de fuertes convicciones católicas. Los verdaderos republicanos parecían desaparecer de la escena política.Las elecciones de 13 de mayo de 1849, para la elección de la nueva Asamblea, demostraron que la vida política francesa estaba polarizada entre los elementos conservadores del Partido del Orden y los republicanos radicales que se caracterizaban como la Montaña, en recuerdo de la Convención de 1793. Éstos, que fueron también caracterizados como demócratas-socialistas (democsocs) o, simplemente, rojos, obtuvieron unos 200 escaños, con casi 2.500.000 votos, pero no pudieron impedir un amplio triunfo de los conservadores, que casi alcanzaron los 500 escaños. Entre ambas formaciones, quedaron menos de 100 puestos para los republicanos moderados que parecían haber triunfado un año antes. En cualquier caso, las elecciones demostraron que el voto radical podía salir de las grandes ciudades y Francia pudo ofrecer, por primera vez, un mapa electoral en el que se podían apreciar diferencias que habrían de perdurar en la vida política posterior.De momento, los conservadores ejercieron un control completo de la situación que aún sería más acusado desde mediados de junio, cuando las protestas de los demócratas socialistas, contra la expedición francesa a Roma, y su enfrentamiento con los republicanos de aquella ciudad, permitió al Gobierno descabezar el movimiento radical francés. Ledru-Rollin estuvo entre los que tuvieron que tomar el camino del exilio.
Balance del proceso revolucionario
En el Imperio Habsburgo también se produjo una profunda inversión conservadora en el otoño de 1848. La Constitución moderada que se promulgó a finales de abril de ese año (inspirada por el barón Pillersdorf) no aplacó las demandas de los revolucionarios, que se volverían a manifestar a mediados de mayo para exigir (Sturmpetition) la convocatoria de una Asamblea Constituyente, elegida por sufragio universal. El Gobierno cedería, pero el emperador Fernando huyó poco después a Innsbruck y en Viena se constituyó un Comité de Salud Pública.El Ejército imperial, en todo caso, pudo recuperarse enseguida de la sacudida revolucionaria. El general Windischgraetz ocupó Praga el 12 de junio, mientras que el mariscal Radetzky recuperaba la iniciativa en Italia y, a finales de julio, derrotaba a las tropas piamontesas de Carlos Alberto y recuperaba Milán. En esas condiciones, la nueva Asamblea Constituyente, que se reunió en Viena el 22 de julio, fue fácilmente neutralizada por el Gobierno del barón Doblhoff, que se había formado el 8 de julio y que estaba decidido a aplacar los temores que se extendían entre los burgueses de Viena por las exigencias democráticas de los revolucionarios. La Asamblea Constituyente votó la abolición de los derechos feudales el 7 de septiembre, aunque se trató de un gesto que tuvo mucho de simbólico.El punto de inflexión hacia el conservadurismo se produjo a partir del 6 de octubre, cuando algunos revolucionarios trataban de impedir que las tropas imperiales marchasen contra los rebeldes húngaros, que se negaban a aceptar la autoridad imperial. El ministro de la Guerra, general Latour, fue asesinado por los revolucionarios, y el Gobierno abandonó la capital, que sólo podía contar con el apoyo de los rebeldes húngaros. Éstos, sin embargo, rehusaron prestarlo y Windischgraetz pudo recuperar la ciudad a finales de octubre. Después de una durísima represión se formó un Gobierno (21 de noviembre) presidido por el príncipe Félix Schwarzenberg, que se encargó de restaurar el Imperio. Alejandro Bach, que continuaba como ministro del Interior desde el Gobierno nombrado en julio, le ayudaría en las tareas de la represión. Pocos días más tarde (2 de diciembre) el emperador Fernando abdicaba en su sobrino Francisco José. Una Constitución centralizadora fue aprobada en marzo del siguiente año.

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